viernes, 26 de noviembre de 2010

Sahara

En la política exterior española nada reluce como el oro. Las lagunas silenciosas que, de vergonzosa manera, esconden la condena de nuestros gobernantes hacia los actos del sátrapa contra los derechos saharauis en El Aaiún, temerosos de indisponerse contra el monarca alauita, desmerecen la confianza que muchos votantes depositaron en ellos. Intentarán “rubalcabélicas” maniobras de despiste parlamentario; nos presentarán leyes y normas que ayuden a cambiar el debate de lugar y de tema; será una hipócrita tentativa de travestir su gestión con un falso brillo, atrayendo para sí la luz de una nueva luna, que ilumine su oscuro futuro electoral. Aunque el pueblo no es tonto.

Los socialistas que hoy mandan, cuando iban de feliz excursión por las ideas de la izquierda porque no tenían la obligación de gobernar, utilizaban la demagogia como fácil y directo instrumento de acción política. No solo pedían ternura, sino que exigían al Jefe del Gobierno el respeto debido a los derechos saharauis. Doña Trini, por entonces aspirante a Ministrini, con chupa y bandera sindical alzada al aire, concienciaba a la izquierda que les aupaba de la necesidad de vindicar al gobierno del PP una condena explícita y clara de las agresiones de Marruecos. Hasta autorizaron un referéndum en el Parlamento andaluz -yo estaba allí-, para incomodar al gobierno de entonces, del PP.

Dice José Luis que el conflicto “es dificilísimo”. A buenas horas cae en la cuenta del grado de complicación que presenta el problema, que no debe ser superior al que ya ofrecía cuando él era jefe de la oposición. Entonces querían hacernos creer que un gobierno del PSOE en España haría las delicias de los saharauis; socialistas en defensa de los derechos históricos de la antigua colonia española. Hoy, para este gobierno tan simpático con Marruecos, los saharauis son una molesta china en el zapato de Zapatero. ¡Cómo cambiarían las cosas si los avasallados fueran palestinos, o el gobierno fuera del PP¡

Criticaron la excesiva genuflexión de Piqué ante George W. Bush, pero las reverencias que hoy hacen al déspota dictador marroquí son escandalosas y enchufadas a la ignominia. Posan esquivos ante el escaparate del mundo, que asiste perplejo al clamoroso silencio que azuza nuestra cancillería, empeñada en obviar lo obvio, armados en defender intereses variados, no siempre morales y políticos, e ignorando el incumplimiento grave y reiterado de las resoluciones de la ONU, utilizada antes como la única referencia válida para denostar a Aznar.

El conflicto avanza, y nuestro gobierno sigue escondido en la excusa, sestea absorto por la influencia política de la corona marroquí y la larga vara de mando de Mohamed VI, y es incapaz de levantar la voz contra quienes hacen de la Declaración Universal de los Derechos Humanos un papel mojado por la lágrima del desprecio. El pueblo, que no es traidor, siempre avisa antes de actuar, que actuará. Este gobierno ya lleva varios avisos.

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