domingo, 16 de enero de 2011

Hombre cobarde


Un hombre que agrede a una mujer por la exclusiva razón del orgullo macho no pertenece a mi raza. Su prepotencia debería de revertirla hacia su cara, hacia sus ojos, derivar esa mirada de odio hacia el espejo de su intolerancia, y evitar así que solo ofenda a la mujer, sino que compruebe el color del odio sobre su rostro, y el dolor del daño que pretende causar en el prójimo.

Creer en la mujer como propiedad particular, como instrumento sexual de débil opinión y nula capacidad de pensamiento es feudalismo medieval, algo desterrado de la sociedad moderna. Las actitudes agresivas de esos mal llamados hombres, denotan hasta qué punto no han viajado con el progreso de los tiempos, ni atisban el valor de la palabra mujer; se ve hasta qué punto les escasea el gen de la ternura, cómo su capacidad de amar esta anulada por el bíceps enfermo y superior.

Una losa de mármol sobre la cara de una mujer embarazada, sobre el rostro de la vergüenza, debería de ser motivo suficiente para alejar entre rejas y de por vida, a esa bestia, a ese animal que dice ser un hombre.

Llevo varios dias dándole vueltas al hecho ocurrido en Granada, en el que un ciudadano chino mató a golpes a su mujer embarazada de 26 años, y me avergüenzo, pido mi baja de entre los hombres si a ese energúmeno, tan valiente con losa de mármol en las manos como cobarde sin ella, no lo encierran de por vida. Porque su odio no tiene cura.

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