viernes, 27 de mayo de 2011

Los indignados


Es costumbre democrática, hecha desde la libertad más absoluta, defender la libre manifestación de los pueblos. Es usual, y necesario, que esa costumbre se emmarque dentro del respeto debido a la libertad de los individuos. Es un derecho fundamental, recogido en nuestra Constitución.

Pero no es posible aceptar que la acampada-protesta sea permanente, con la higiene faltona que atesora, para con ella reivindicar un mundo más justo. ¿Es un mundo más justo ese que permite la holganza de unos, para molestar a los otros?

¿Por qué la Guardia Civil no nos deja acampar en la playa, y, sin embargo, no hace nada por impedir las acampadas en pleno centro de nuestras ciudades?

El sistema es un compendio de derechos y obligaciones que no podemos ignorar, sino que debemos aceptar. No es posible que dentro del mismo, cada uno pueda hacer lo que quiera, como quiera, a la hora que quiera, ... La anarquía no es de este sistema.

Y digo yo que, si esas horas de holganza, las intercambiaran por aumentar la producción personal, bien sea artística o laboral, ¿no nos iría mejor a todos?

El Estado del Bienestar genera derechos que hay que mantener cumpliendo con nuestras obligaciones, o sea, aportando mano de obra, y con esta, financiando el sistema.

Yo veo bien el derecho de manifestación, lo defenderé siempre. Pero acampar en las ciudades en una falta de respeto a las obligaciones propias, y una molestia para los que tienen que cumplir con las obligaciones ajenas. No es el camino.

En vez de estar ahí, de campamento hippy, ¿por qué no se organizan en un partido político, se presentan a las elecciones, y a través de sus representantes, intentan cambiar lo que les dejen cambiar?

Yo, desde mi opción política, eso es lo que pretendo. Y para convencer a mis votantes, no voy a acamparme en la puerta de sus casas, ni en las plazas públicas de sus pueblos. Simplemente utilizo el instrumento más habitual, al alcance de todos: la palabra.

Las acampadas, en Cúllar, las hacemos el Día de la Cruz en Rozaimí, o en Pulpite. Y no precisamente para hablar de política.

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